¡Viyú,
Viyú! ¡Cornelio, Cornelio! ¡Ramiro, Ramiro! Es la escena más clara, y tal vez
la única que tengo de cuando yo tenía más o menos 4 ó 5 años. Sé que era esa
edad porque ese día llegué del jardín en sudadera, ese día hacía calor y llegué
a la casa con la lonchera y la chaqueta en la mano, y en la espalda la maleta.
Recuerdo
desde que camino por mi casa (la casa de mi tata), una casa muy grande,
alargada como un corredor y sobre todo los enormes y numerosos espejos que van
desde la entrada hasta la cocina, la mitad de la casa. Supongo que Ramiro, mi
tío, el hermano de mi madre, me abrió la puerta ese día, y como de costumbre
entró a su estudio, y también supongo que yo entré con la intención de
buscar al nuevo y bonito gato que le habían regalado a mi tata (mi abuelita que
está loca), un gatico negro. Mi tata decía que era de esos persas, o sea de esos caros
y finos, y que se lo regalaron porque no había nadie que lo cuidara. Mi tío
Juan Carlos el cubano, que no es tío pero yo le digo así, el cuñado de mi mamá,
le puso Viyú. Recuerdo también que mi tata quería mucho al gato y una de las
cosas que más le gustaba era que el gatico parecía un adorno de la casa, que si lo
ponía en la mesita al lado de las fotos, ahí se quedaba muy juicioso, no era un
gato brincón, sino más bien sedentario, como mi tata y yo.
Y
como la casa de mi tata está llena de gente loca, mi abuelito Eduardo llevó un
día un gallo, Cornelio. Yo percibía el gallo de mi tamaño, lo que me hace
pensar que yo era muy pequeña o el gallo era un gallo extraterrestre y era muy
grande. Pero ese día, ese día seco y solitario (solitario porque los únicos en
esa enorme casa éramos Ramiro y yo) crucé el patio y en el jardín estaba ese
Cornelio, y yo grité.
¡Viyú,
Viyú! ¡Cornelio, Cornelio! ¡Ramiro, Ramiro! Para cuando decía el nombre de
Ramiro yo ya iba por la cocina. La escena no la tengo muy clara, pero ese
maldito gallo estaba matando de a picotazos a Viyú. Viyú estaba ensangrentado y
acongojado, aún no había muerto. Yo corrí al estudio en busca de la inmediata
ayuda de Ramiro, estaba impactada.
Ramiro
puso una sábana en la cama de mi tata y al gatico encima, y para darle calor y
evitar que muriera, él planchaba la sábana. Yo lloraba, como siempre yo lloro,
así que estoy segura que yo lloré, pero no por el gato (o de pronto sí) era ver
a Ramiro llorando y diciendo: ''Viyú, no se muera''.
De
lo siguiente ya no sé más, se me borró el casette, como dice mi abuelito
Eduardo, sólo sé que el gato murió. Por otro lado la historia de Cornelio está
reconstruida por mi papá y mi tata. Mi papá que me contó que ese gallo llegó a
la casa con el fin de que se hiciera sancocho de gallina. Me dijo que mi abuelito
Eduardo lo llevó desde pequeño y lo crio, así que cuando llegó el tiempo de
comerlo no lo quiso hacer. Mi tata continuó contándome que al gallo lo
regalaron porque nadie en la casa lo quería, y mucho menos se lo querían comer, entonces se lo regalaron a Abigail, una amiga igual de viejita a mi tata.
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