Friday, May 10, 2013

El gallo y el gato


¡Viyú, Viyú! ¡Cornelio, Cornelio! ¡Ramiro, Ramiro! Es la escena más clara, y tal vez la única que tengo de cuando yo tenía más o menos 4 ó 5 años. Sé que era esa edad porque ese día llegué del jardín en sudadera, ese día hacía calor y llegué a la casa con la lonchera y la chaqueta en la mano, y en la espalda la maleta. 

Recuerdo desde que camino por mi casa (la casa de mi tata), una casa muy grande, alargada como un corredor y sobre todo los enormes y numerosos espejos que van desde la entrada hasta la cocina, la mitad de la casa. Supongo que Ramiro, mi tío, el hermano de mi madre, me abrió la puerta ese día, y como de costumbre entró a su estudio, y también supongo que yo entré con la intención de buscar al nuevo y bonito gato que le habían regalado a mi tata (mi abuelita que está loca), un gatico negro. Mi tata decía que era de esos persas, o sea de esos caros y finos, y que se lo regalaron porque no había nadie que lo cuidara. Mi tío Juan Carlos el cubano, que no es tío pero yo le digo así, el cuñado de mi mamá, le puso Viyú. Recuerdo también que mi tata quería mucho al gato y una de las cosas que más le gustaba era que el gatico parecía un adorno de la casa, que si lo ponía en la mesita al lado de las fotos, ahí se quedaba muy juicioso, no era un gato brincón, sino más bien sedentario, como mi tata y yo. 
Y como la casa de mi tata está llena de gente loca, mi abuelito Eduardo llevó un día un gallo, Cornelio. Yo percibía el gallo de mi tamaño, lo que me hace pensar que yo era muy pequeña o el gallo era un gallo extraterrestre y era muy grande. Pero ese día, ese día seco y solitario (solitario porque los únicos en esa enorme casa éramos Ramiro y yo) crucé el patio y en el jardín estaba ese Cornelio, y yo grité. 
¡Viyú, Viyú! ¡Cornelio, Cornelio! ¡Ramiro, Ramiro! Para cuando decía el nombre de Ramiro yo ya iba por la cocina. La escena no la tengo muy clara, pero ese maldito gallo estaba matando de a picotazos a Viyú. Viyú estaba ensangrentado y acongojado, aún no había muerto. Yo corrí al estudio en busca de la inmediata ayuda de Ramiro, estaba impactada. 
Ramiro puso una sábana en la cama de mi tata y al gatico encima, y para darle calor y evitar que muriera, él planchaba la sábana. Yo lloraba, como siempre yo lloro, así que estoy segura que yo lloré, pero no por el gato (o de pronto sí) era ver a Ramiro llorando y diciendo: ''Viyú, no se muera''. 
De lo siguiente ya no sé más, se me borró el casette, como dice mi abuelito Eduardo, sólo sé que el gato murió. Por otro lado la historia de Cornelio está reconstruida por mi papá y mi tata. Mi papá que me contó que ese gallo llegó a la casa con el fin de que se hiciera sancocho de gallina. Me dijo que mi abuelito Eduardo lo llevó desde pequeño y lo crio, así que cuando llegó el tiempo de comerlo no lo quiso hacer. Mi tata continuó contándome que al gallo lo regalaron porque nadie en la casa lo quería, y mucho menos se lo querían comer, entonces se lo regalaron a Abigail, una amiga igual de viejita a mi tata. 

 

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