La
arquitectura lleva consigo la conciencia de un pueblo. Determina por necesidad
la forma de vida de las personas. Entra a ser parte cultural de un territorio y
de alguna manera es el lenguaje del pensamiento colectivo. Lo que me lleva a
que la arquitectura latinoamericana ha sido, desde su colonia española,
atrevida y osada a lo largo del continente.
Aunque a
de finales del siglo XIX, hubo cambios significativos en la economía de
Iberoamérica, con la apertura comercial al mercado internacional, y los pueblos
se creían ya países emancipados, vendría sólo entonces un reemplazo de colonia.
La mentalidad latinoamericana al parecer no logró (o no ha logrado) una plena
liberación en donde reconoce lo propio y trabaja en ello, por el contrario,
raya en la dependencia de otras naciones
y se niega así misma.
Esto es
evidente, sobre todo en esta época en donde la gran aspiración era parecerse a
Europa. Básicamente París. Lo que para mí resulta una irónica paradoja, porque
mientras eso sucede acá, Francia pretende una aproximación a los clásico desde
la academia en términos arquitectónicos.
Entonces
vemos una arquitectura religiosa y funcionalista (pabellones, estaciones ferroviarias,
etc.). Ramón Gutiérrez dice: ‘Ya no se trata de tipologías, sino de modelos’,
el colmo, la copia era literal. Sin embargo, esto no es todo. Existe otro
factor que viola los territorios americanos y golpea en nuestra forma de vida
silenciosamente: arquitectos que construyeron sus proyectos sin nunca pisar el
destino, en su mayoría.
Se trata
de los concursos ganados por europeos. Que en cierta medida la educación en esa
época no reparaba en estudios arquitectónicos como tal, que trabajase en
conjunto con otras áreas sociales. En cambio sí, había una compleja discusión
entre ingeniero-arquitecto. Cuando el hecho de construir se basaba, en su
mayoría, de números y física, dejando de lado el diseño, hasta el final de los
estudios.
Lo que
generó cambios positivos en estos lugares que apenas comenzaban el camino del
‘progreso’, industria. Pues la ingeniería, a cargo de los ingleses, llevó al
avance de ciudades por medio de las vías ferroviarias.
Lo
anterior, y el hecho de que hubo una reorganización y embellecimiento de las
ciudades es muy provechoso hasta estos días. La búsqueda de tener un paseo,
avenida o bulevar con perfil francés, y que además, esta arquitectura haya
enfatizado en la fachada como escenografía urbana e imagen de la cuidad, hizo
que ciudades como Buenos Aires, Argentina sean ciudades bellas en sí mismas y
su recorrido sea agradable. Tenemos la Avenida de Mayo como ejemplo de esta
‘gran imitación’ europea y los frutos en américa.
No
obstante la ideología marcada por esta corriente arquitectónica, de la mano con
la corriente artística, tan influenciada o dependiente de Europa, marcaba sin
lugar a duda una falta de amor propio,
más bien, una negación absoluta de nuestro pasado. En donde ni siquiera
el idioma es valorado como una de las joyas heredadas. Ramón Gutiérrez afirma:
‘El
vivir en una ciudad de fisionomía
francesa, es residir en un petit hotel borbónico, el hablar aquel idioma e
imitar el modo de vida era para la élite gobernante finisecular la garantía de
pertenecer a la <<civilización>> y el haber borrado definitivamente
los genes culturales de la
<<barbarie>> a que los condenaba su humillante naturaleza
americana.’
Luego
surge el eclecticismo, que no es más, sino clientes americanos aburridos de siempre lo mismo (repertorio clasicista
italiano, y luego francés) exigiendo diferenciación como clave de prestigio.
Sin embargo, lo interesante de estas nuevas corrientes, fue el impacto físico y
la riqueza formal que se siguió acumulando en Iberoamérica, sobre todo en el
área de infraestructura y equipamiento urbano. Pues lo esencial se destaca en
la transferencia tecnológica, la expansión urbanística, nuevos sistemas de
comunicaciones y el desarrollo de infraestructuras; la primera estación de
ferrocarril fue en Buenos Aires.
Con esto
llegan dos fenómenos en los que no adentraré que fueron: la sinceridad de la
arquitectura en su estructura, y por el contrario el maquillaje arquitectónico.
El gran cascarón ornamentado.
Bien,
pues tanto liberalismo económico, no fue más que libertades individuales, de
derechos y competitividad. Que dejó un patrimonio destruido y suplantado,
puesto en manos extranjeras. Que si bien, hubo trabajos de arqueología en las
ruinas precolombinas, fue so pretexto para su depredación y sustitución. Como
lo hizo el francés Pierre Benoit con el Cabildo de Buenos Aires.
Esta
visión materialista dejó relegado el ser,
por el tener. De una manera infame y
egoísta. Una visión absurda, que dejó ciudades bellas. Ahora, el
cuestionamiento no va sólo a la morfología de lo positivo o negativo, sino que
al parecer esta postura moral no ha cambiado mucho.